Los líderes a menudo tienen dificultades para terminar bien. Al acercarse al final de su carrera, algunos se concentran en asegurar su legado para no ser olvidados. Otros se aferran a su poder y posición más tiempo del que deberían. Algunos no brindan un plan de sucesión por temor a ser echados antes de tiempo.
Cuando Moisés se acercaba al final de su tiempo como líder, no se concentró en hacerse un nombre. En cambio, le recordó a Israel su compromiso del pacto y nombró un sucesor. La lectura de hoy incluye las últimas palabras de Moisés al pueblo de Israel. Así como los servicios religiosos suelen terminar con una bendición, Moisés ora una bendición de despedida sobre el pueblo con el que ha viajado durante los últimos cuarenta años (v. 1).
Tomándose el tiempo para dirigirse a cada tribu por separado, Moisés ora para que experimenten las bendiciones del pacto. Como sabemos por lo que vimos antes en el libro, esto sucederá si Israel es fiel en mantener su compromiso del pacto (Deuteronomio 32:46–47).
Sobre todo, Moisés les recuerda que es su posesión más preciada es la presencia de Dios en medio de ellos. El Señor se les reveló porque los amaba (v. 3). Concluye su bendición recordándoles que ya eran bendecidos por lo que el Señor había hecho por ellos: “¡Dichoso eres Israel! ¿Quién como tú, pueblo rescatado por el Señor?” (v. 29).
Hoy, experimentamos la presencia de Dios de una manera aún más profunda a través de Jesús: “Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y contemplamos su gloria, la gloria que corresponde al Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14). Al igual que Moisés, Jesús nos recuerda que la bendición viene con la obediencia (Juan 15:10). Él quiere que experimentemos la presencia de Dios en nosotros y con nosotros: “Separados de mí no pueden ustedes hacer nada” (Juan 15:5).
- ¿Cómo modeló Moisés un liderazgo fuerte? ¿Cómo podemos implementar esas cualidades al liderar en nuestros hogares, lugares de trabajo o comunidades?
Ora con nosotros
Señor Dios, gracias por traernos, a través de los siglos, las palabras de Moisés: Tu presencia con nosotros es, en verdad, nuestra posesión más preciada. ¡Gracias por tu Hijo que vino a morar con nosotros para siempre!
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